La dimensión del conocimiento por medio de la comprensión de lo corpóreo ocupa un lugar secundario o hasta desconocido en muchos estudios de diversas disciplinas centradas en el factor humano. Aun en la propia medicina, cuyo objeto percibido en las ciencias de la salud parece implicar de manera directa una atención especial a este factor, sigue predominando una disociación entre lo somático y psicosomático como ámbitos de competencia segregada que impiden el entendimiento integral de la persona y el individuo. Por ello, es frecuente encontrar una constante reducción de la conducta del individuo a una realidad bioquímica, cuya misión es desplazar la capacidad de conectar todas aquellas cosas relativas a lo humano (memoria, comunidad) con las pulsiones emergentes de sus propias actividades que serían inobservables bajo una mirada abstracta y desprovista de significado. La reflexión de la corporalidad, sin embargo, constituye una dimensión epistémica clave para el análisis de los conocimientos y su expresión a través de las relaciones que se establecen entre individuos, sociedades y comunidades. La Videopolis si bien es una noción abstracta, constituye también la red de símbolos, rituales e imágenes construidos como expectativas del sujeto en la era del poscapitalismo. El proyecto de futuro de una sociedad se expresa a través de los imaginarios de sí misma, vinculada a su acción en los sistemas que la organizan: ciencia, tecnología, educación y administración. Por tanto, la reflexión sobre el vínculo entre mente y cuerpo es una forma de afrontar la emergencia de nuevas formas, conductas, ciudades, cada vez más complejas, inestables y dependientes de las tecnologías de la información en sus localidades y regímenes espaciales y culturales específicos.
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